Posted by : Alberto Fernández mayo 09, 2012

Me encuentro estos días leyendo un ensayo del crítico y teórico literario norteamericano Harold Bloom, en concreto, "El Canon Occidental",  una de sus obras más conocidas y controvertidas, donde detalla lo que para él, son las obras culmen que definen el canon literario de la cultura occidental. Por sus páginas pasan autores de la talla de Shakespeare, Cervantes, Dante, Proust, Joyce, Chaucer, etc.

Bloom dice que para que una obra reciba el mérito de formar parte de ese centro canónico que define toda la cultura occidental, es necesario que sea ante todo una obra de arte y por lo tanto, nos deslumbre por su estética, es decir, su belleza. Contrario a los estudios literarios actuales neohistoricistas, neomarxistas y feministas que centran la crítica literaria en categorias más sociales como pueden ser la lucha de clases, el género o producto del contexto histórico donde se forjan las obras; Harold Bloom argumenta que el verdadero valor literario se halla en la cualidad y calidad estética y su capaciad para sorprendernos como lectores. No me detendré mucho en este asunto, porque el motivo que me hace traer este libro ante este blog es el descubrimiento que en sus páginas hice, a saber, como uno de los rasgos merecedores para Bloom de que ciertos autores sean canon se encuentra en como los personajes por ellos escritos se enfrentan al cambio.

Sin tratarse de una obra científica sobre la gestión del cambio, "El Canon Occidental" nos permite de una forma amena, interesante y culta acercarnos a las formas más comunes de como una persona se enfrenta a ese hecho inevitable, cambiar. Y lo hace gracias al estudio de los personajes más emblemáticos de escritores como Shakespeare, Cervantes, Dante o Chaucer. Cada uno de estos autores ejemplifica en sus invenciones literarias una forma de cambio determinada, lo que nos va a permitir a nosotros darnos cuenta de los posibles caminos a los cuales optamos para aceptar el cambio como parte de nuestra forma de entender el mundo y nuestra propia vida. Caminos por otro lado, no excluyentes ni incompatibles.

El primer camino para el cambio es el de la reflexión interior o diálogo con uno mismo. Shakespeare fue de los primeros que permitió que sus personajes cambiaran y evolucionaran gracias a los diálogos internos que mantenían, no con otros seres de la obra, sino consigo mismos. Hamlet, Falstaff, Yago y un largo etcétera de otros personajes shakesperianos logran, gracias a esa habilidad de hablarse y escucharse a si mismos, el feed back necesario para enfrentarse a los diferentes acontecimientos y cambiar. Uno de los senderos más útiles para el cambio es la habilidad de hablarse y escucharse a uno, de permitirse ese diálogo interno y dejar decirnos y escucharnos lo que debemos comunicarnos.

El segundo camino lo encontramos en el diálogo con los otros. En muchas ocasiones necesitamos que alguien nos enseñe el sendero, nos marque los pasos o nos aconseje de las posibles opciones que ante nosotros se nos abren. Se trata de esa voz amiga que vienen del exterior y que nos permite en nuestro interior accionar la palanca que no sabíamos como accionar. Don Quijote y Sancho Panza son el ejemplo que Harold Bloom me descubre, donde uno y otro acaban la obra en un proceso inverso de "quijotización" y "sanchización". La mesura de Sancho acaba llegando a Don Quijote en su lecho de muerte, la imaginación desbordante y desmedida de su amo baña al escudero también. Y es esos deliciosos diálogos que ambos mantienen en la obra donde poco a poco se va produciendo ese cambio, que además va permitiendo conocerse a cada uno mejor gracias a las palabras y opiniones del otro.

El tercer camino es del cambio debido al contexto o la situación. Muchos de nosotros necesitamos que nuestro entorno más próximo cambie de forma notoria para producir en nosotros un cambio significativo. Un hecho relevante como un despido, una muerte, una enfermedad, un romance son los desencadenantes clave que permiten que una persona despierte y cambie. Ese es el método de Dante en su "Divina Comedia", donde el propio autor es el personaje de su obra y éste, va cambiando a medida que va atravesando el Infierno, el Purgatorio y el Cielo.

Gracias a uno mismo, a los otros o a las situaciones a las que nos enfrentamos encontramos la posibilidad del cambio y la evolución. Pero los personajes anteriormente descritos, cambian sin tener en mente muchas veces que deben cambiar para si mismos y no para los demás. Esa importante lección la obtenemos de otro escritor que Harold Bloom estudia al detalle, el ensayista francés Michel de Montaigne que nos dice "es a mí a quien pinto...", es decir, soy yo el que debe buscar y asumir ese cambio. Montaigne asume que el cambio es vital para cumplir la máxima griega del "nosce te ipsum" y además, debemos ser nosotros mismos los protagonistas de nuestra propia novela. Una obra donde debemos aprender que "la principal ocupación de mi vida es pasarla lo mejor posible" y "la verdadera libertad consiste en el dominio absoluto de sí mismo". El cambio es vital, porque lamentablemente "nos enseñan a vivir cuando nuestra vida ha pasado" y eso es algo que no nos podemos permitir mantener mucho tiempo.

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  1. Canon, cambio, crisis: respetando mucho esas obras me quedo con dos que no menciona. La Iliada y la Odisea. Todo punto de inflexión literario y por ende vital nace en los giros que atraviesan Aquiles y Ulises. Y los tres tipos mencionados en tu artículo aparecen en la obra de Homero. Pero gracias por tan grato fin de martes...

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    1. Estimado L,

      Según Harold Bloom y yo comparto con él su opinión, tanto Aquiles como Ulises son personajes que no cambian su personalidad en toda la obra. Esa es la grandeza canónica de Shakespeare y los otros autores, que sus personajes cambian su personalidad a lo largo de la trama, son diferentes de como eran al principio.

      Además, el diálogo interno no se da en las obras de Homero porque para que se produzca el diálogo interno, el propio personaje debe escucharse, algo que no hace ninguno de los que aparecen ni en La Iliada ni en la Odisea.

      Un saludo y muchas gracias por su comentario. Será un placer tenerle de nuevo por aquí.

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