Posted by : Alberto Fernández enero 17, 2013

Todos recordamos las clases de filosofía de nuestra época del instituto, por lo general, impartidas por un profesor siempre peculiar, con esa imagen tan característica que los identificaba a leguas. Esos recuerdos, como decía, podrán ser buenos o malos dependiendo del gusto por la asignatura y el interés del maestro en impartirla. Sin embargo, a pesar del empeño y el esfuerzo, de la pasión y la entrega que nuestro extraño profesor de filosofía mostrara, no nos lo contaron todo.

Estoy seguro que más de uno me dirá que estoy loco, pues de pocas asignaturas se juntaban tantas hojas para estudiar, con autores y más autores, ideas y palabras para memorizar y muchas, casi en la mayoría de los casos, difíciles de comprender. Lo normal era que el profesor de filosofía mostrase los signos de un deterioro psicológico, pues nadie en sus cabales puede terminar bien el intento de aprender filosofía. O así pensábamos la gran mayoría de los alumnos. Y ahora voy yo y defiendo que había mucho más, como si todo aquello fuese poco, pero así es, en el instituto no nos enseñaron toda la filosofía que debían habernos mostrado y lo que es peor, ocultaron aquella parte más valiosa e importante para nosotros, la que nos hubiese ayudado a moldear nuestro lado emocional y sentimental.

La filosofía antiguamente, no sólo era una forma de teorizar sobre las grandes preguntas que asaltaban nuestra existencia en el mundo, sino también una praxis, es decir, una forma de actuación, de acción ante la vida.  Como expresó en su día el filósofo estadounidense Henry David Thoreau:

Ser filósofo no consiste en el mero formular pensamiento sutiles, ni siquiera fundar una escuela [...]. Consiste en resolver algunos de los problemas de la vida, no en el ámbito teórico, sino en el práctico.
 Ese camino para facilitar el devenir diario se visualiza muy bien en las filosofías orientales, que todavía guardan la esencia de aportar, no sólo una forma teórica de entender el mundo, sino también todo un código de acción ante el hecho mágico que supone vivir. Sin embargo, esa característica no es exclusiva del pensamiento oriental, también el occidental tenía y tiene ese componente que nos permite construir nuestro yo y nuestra mente para la acción.

Lamentablemente esa es la parte que nuestros profesores y la mayoría de los programas de filosofía esconden a sus alumnos, precisamente el lado de la moneda que más utilidad y servicio podría hacer en un momento tan ajetreado de emociones y sentimientos como es la adolescencia. Y es que, cuanto antes aprendamos a vivir y convivir con nuestro lado emocional y sentimental, antes lograremos alcanzar los pilares necesarios para la felicidad.

Y precisamente la felicidad, lo bueno o lo justo eran lo que intentaban captar y entender los grandes autores que hemos estudiado. Sin embargo, de ellos solo conocemos su vertiente más gnoseológica, a saber, la forma en qué conocemos, cómo lo conocemos y qué podemos llegar a conocer, todo ello junto, claro está, con la metafísica y la persecución infatigable de la demostración de la existencia de un ser superior. Resulta evidente que se olvidaron de explicarnos el PARA QUÉ, no porque los grandes pensadores se olvidaran de ello, que no lo hicieron, sino porque alguien ha considerado que esa parte no merecía nuestra atención.

Si bien es cierto que no todos los filósofos dan una respuesta a ese "para qué", nos llevaremos una sorpresa cuando nos salimos del camino marcado  y nos adentramos en las respuestas que muchos de ellos han dado a esa cuestión.

Esa es la intención de la sección que hoy presento en SMARTRATEGY, que recorramos juntos esos senderos no marcados de la filosofía y descubramos esa filosofía emocional que no nos han contado. Nos adentraremos en la Grecia Clásica de la mano de Sócrates, Platón y Aristóteles. Iremos al encuentro de unos filósofos desconocidos como los epicúreos y los estoicos que nos sorprenderán por sus afirmaciones. Daremos un salto hacia la filosofía racionalista de la mano de Descartes para luego entrar de lleno en el pensamiento empirista de Locke y Hume. De la mano de Kant entraremos en la Ilustración y conoceremos posteriormente, la aportación de Fichte al Romanticismo. Oiremos, mejor dicho, leeremos a Hegel y sabremos cómo modifica el Utilitarismo Stuart Mill. Nos daremos cuenta de que Nietzsche es algo más que la muerte de dios. Prestaremos atención a lo que nos tiene que decir Heidegger sobre el hombre en el mundo y dedicaremos una entrada especial a la filosofía analítica de Frege, Russelll y Wittgenstein. Nos detendremos para saber que es eso de la filosofía de la conciencia de Bergson. Y alguna que otra sorpresa más.

Un camino apasionante que nos permitirá ver que la filosofía es algo más que lo que nos enseñaron en el colegio.

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  1. Totalmente de acuerdo con que en la educación fomral se obvian esos contenidos prácticos en relación a la filosofia. Creo que el problema de fondo es que dan contenidos en base a programas de asignatura y no en base a resolución de problemas con el objeticvo del crecimeinto personal. Es decir, es una especie de conocimeinto hegeliano que parte de la idea y no al revés. Bajo mi punto de vista debería enseñarse filosofía de un modo dialéctico, de la pr´ñatica a la teoría y de la teoría a la práctica y viceversa. La utilidad concreta, práctica de la filosofía es una "asigantura pendiente" de la educación formal. Un abrazo Alberto

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